Desde ya, querido lector, te animo a que leas este artículo por completo y no saques conclusiones apresuradas con solo leer el título. Sé que el tema es tan controvertido que, desde ya, advierto que será un artículo interesante, basado empíricamente, con datos, claves e información que puede ser de ayuda, expuesta de forma transparente y neutral. No intentaré venderte humo ni afirmar algo que claramente no se puede lograr actualmente; todo será lo más realista posible.
Además, para quienes rechazan la IA tajantemente, los reto a que salgan de su burbuja ética y analicen la presunta burbuja de la IA (que también podría comprobarse en unos años). Dicho esto, vamos con el artículo.
Hace tiempo quería escribir este texto, pero el tiempo jamás ha sido mi aliado, y menos ahora que estudio virtualmente. Ya obtuve una técnica y ahora estoy comenzando una tecnología, todo mientras trabajo… y mi trabajo no es cualquiera: demanda mucha atención y responsabilidad. Para quienes no me hayan leído antes, trabajo en una Central de Operaciones para una empresa de seguridad privada. Me encargo prácticamente de todo lo que concierne al ámbito operativo: coordinar movimientos, reacciones, reportes, trazabilidad de incidentes, documentación de todo lo que ocurra, diligenciar lo correspondiente a faltas, alertas y novedades (informes) para clientes y para la empresa. Es un poco de todo. Trabajo 12 horas en turnos consecutivos y rotativos.
¡Rayos, Gato, ve al grano! Lo sé, pero debo contextualizarte para que entiendas mi modo de operación.
No voy a empezar explicando qué es la inteligencia artificial, porque basta con abrir el feed RSS de cualquier medio informativo para encontrarse, como mínimo, con cinco titulares sobre IA. Teniendo en cuenta que esta tecnología ya lleva un tiempo entre nosotros, creo que todos entienden lo que es y cómo se representa. Por ejemplo: ChatGPT, Claude IA, DeepSeek, Llama, Gemini, Perplexity, Grok, Duck.IA, entre otras.
Estas son, al menos, las que utilizo en mi trabajo, cada una con ventajas según el campo. Aunque… para ser sincero, ChatGPT se fuma a todas juntas. Es, al menos, mi impresión en cuanto a las tareas que le asigno (excepto en código).
Antes de ingresar a mi actual empresa, trabajé en un sitio del que ya he escrito antes: un lugar condenado a desaparecer por su labor esclavizante y la falta total de garantías al trabajador. Es uno de los pocos sitios que todavía opera con papel y lápiz, haciendo todo lo que mencioné antes, pero de forma rudimentaria. Terminé asqueado de esa labor. Casi un año trabajando allí, y recuerdo que mis días y noches eran eternos. Siempre llevaba trabajo a casa porque nunca alcanzaba el tiempo para terminar los pendientes. Cuando salí de allí y entré al nuevo lugar, descansé por completo: aquí todo está digitalizado.
Un alivio enorme, porque ahora existen herramientas para cumplir con las expectativas requeridas. Aun así, sin maquillar la realidad, sigue siendo un trabajo exigente. Y cuando el sueldo no compensa, uno se pregunta: ¿entonces qué mejor que una ayuda? Pues claro.
Al comienzo, no veía con buenos ojos el tema de la IA, principalmente por mi postura ideológica respecto al software libre, la transparencia, la ética en el tratamiento de datos, la confidencialidad, entre otros temas. En la burbuja de la IA, muchos de estos principios aún no están consolidados. Sin embargo, la gran variedad de modelos open source genera cierta esperanza en cuanto a la confiabilidad del sector.

También leía en distintos medios que la IA nos daba una falsa sensación de productividad, que nos volvía “tontos” y flojos. Leí esos artículos por completo para entender mejor el panorama y encontré un patrón clave: la IA no hacía más productivas a las personas altamente cualificadas o en sectores de gran conocimiento, como el de la programación. Los programadores expertos pasaban más tiempo corrigiendo errores en el código que generando código limpio. Ahí entendí el patrón y descarté varias ideas… pero empecé a experimentar.
A prueba y error, comencé a clasificar mis tareas:
- Tareas repetitivas.
- Tareas que requerían alta atención o complejidad.
- Tareas que podía realizar con rapidez.
- Tareas con aspectos legales complejos.
- Tareas absurdas.
Con esta clasificación, separé lo que podía delegar a la IA y lo que no. Por ejemplo, mi tarea más repetitiva es documentar todo lo que sucede durante la operación. Es un proceso largo: debo estar atento a reportes radiales y chats de los guardas, jefes, clientes y supervisores. Todo queda anotado en una minuta digital como soporte ante la empresa o cualquier ente legal.
Antes, eso me tomaba de 3 a 4 horas. Ahora, gracias a la IA, lo hago en 30 minutos. Tengo el prompt listo para que, según la fecha, hora, lugar y persona, clasifique todo cronológicamente. Luego solo copio y pego donde corresponde.
En el caso de las tareas que requieren más atención o implican asuntos legales, como muertes, hurtos o agresiones, soy más prudente. No confío totalmente en la IA para redactar informes legales, porque un error podría traer consecuencias graves. En estos casos, la IA es solo mi asistente: corrige mi base escrita, revisa ortografía, gramática y estilo.
Para los aspectos jurídicos, incorporo los PDFs con las normativas vigentes, contrasto la información y verifico bajo qué marco legal se enmarca el hecho. Cada caso podía llevarme 1 o 2 horas (según el grado de complejidad, cada caso es diferente), pero ahora los entrego dentro del turno, sin llevar trabajo a casa. Eso, para mí, se traduce en efectividad real.
En cuanto a las tareas breves, están las capacitaciones. En mi gremio, el personal rota constantemente, por lo que cada semana hay nuevos ingresos. Debo capacitarlos en temas operativos que, en teoría, deberían haberse enseñado desde la academia. Pero la mayoría llega a aprender en campo. Es agotador repetir lo mismo una y otra vez. Por eso, ya tengo listas mis presentaciones en PowerPoint (más de 20) y mis infografías sobre procedimientos. Todo me toma minutos gracias a la IA; solo doy contexto, ejecuto el prompt y el material queda listo.
Y luego están las tareas absurdas: solicitudes de jefes o clientes del tipo “¿cuánto tiempo estuvo X persona en Y lugar?”, “¿con quién habló?”, “¿qué hizo y a qué hora?”. Son seguimientos internos que mezclan matemática y estadística, campos donde no soy tan fuerte. Ahí la IA también es útil: con solo pasarle los datos y el contexto, me devuelve un análisis preciso con horas, acciones y observaciones.
Trabajar así me ha permitido optimizar mi tiempo y elevar la calidad del resultado. Mientras otros siguen atascados, yo entrego todo a tiempo y con detalle. No es soberbia, es estrategia. Sé que a muchos no les gusta la idea de usar IA, pero mi experiencia lo confirma: antes de usarla, hacía lo mismo y me explotaban laboralmente. Si existe una tecnología que puede ayudar, ¿por qué no usarla? La tecnología está para trabajar para nosotros, no para volvernos esclavos de procesos inútiles o tareas sin fin.
Eso sí: no basta con escribir dos letras y esperar milagros. La IA también se equivoca. Hay que ser cuidadoso, tener malicia y ojo crítico para detectar errores. Un buen prompt es como una herramienta de precisión: entre más complejo el trabajo, más afinado debe ser. Esto no es magia, es un proceso que requiere método y criterio.
Sobre la idea de que la IA es una “presunta burbuja”, lo mantengo. No afirmo nada, solo planteo una posibilidad (existen riesgos de sobreexpectación). Hay pensadores que advierten que se está atribuyendo a la IA más de lo que realmente puede hacer. También está ese boom mediático que ha inflado precios y expectativas, prometiendo maravillas que, al final del día, no son tan impresionantes.
Aún no hay consciencia; lo que la IA hace es predecir, no razonar (Algunos investigadores sostienen que aunque no tenga conciencia, puede hacer procesos de razonamiento aproximado, por ejemplo: “chain of thought” en modelos avanzados). Funciona por patrones, no por reflexión. Y cuando el mercado depende tanto de expectativas, siempre hay un riesgo especulativo. Llegará el momento en que esa pirámide de naipes caiga, y puede ser fatal.
Lo noto especialmente en el campo del código. He probado y no veo aún profesionalismo real. No he logrado crear nada completamente funcional, solo cosas básicas. A veces termino con programas que entran en bucles absurdos: corrigen, funcionan por un tiempo y luego se detienen para volver al mismo error (no es solo “por código mal hecho” sino también por falta de datos actualizados, contextos mal definidos, “prompt” débiles o errores de integración) esto último también es de recalcar.
Da miedo ver la cantidad de código desechable que ya inunda GitHub. Si la IA no alcanza un nivel realmente competente, terminaremos rodeados de software vulnerable y efímero.
Y sin embargo, a pesar de todo lo que he dicho, no creo que la inteligencia artificial sea una amenaza. Es, más bien, un espejo. Un espejo de nosotros mismos, de nuestra prisa por crear, de nuestra necesidad de entender y de simplificar el mundo. Cada algoritmo, cada modelo, lleva la huella invisible de quienes lo programaron: sus sesgos, sus errores, sus sueños. Y eso nos recuerda algo esencial —que la inteligencia, por más artificial que parezca, sigue siendo humana en su origen.
Por eso no temo al futuro. Lo observo con cautela, pero también con cierta esperanza. Porque detrás de cada máquina, sigue habiendo alguien que decide qué preguntar, qué confiar, qué crear. Y mientras haya alguien dispuesto a cuestionar, a revisar y a escribir con criterio —aunque sea desde una Central de Operaciones o en una noche sin descanso—, la inteligencia seguirá teniendo rostro, alma y propósito.
La IA no es el fin del pensamiento, sino una nueva forma de pensarnos. Es una herramienta más en el arsenal de la conciencia, un recordatorio de que la eficiencia no reemplaza la curiosidad, ni la automatización puede sustituir la sensibilidad. Al final, como todo avance, dependerá de quién la use y para qué la use. Lo que hagamos con ella, será el verdadero reflejo de lo que somos como especie.
Quizás la burbuja estalle, quizás no. Pero incluso si lo hace, entre los escombros quedará la prueba de que seguimos intentando crear algo que piense, algo que imagine, algo que nos acompañe. Y eso, en sí mismo, ya es un acto profundamente humano.

