PD: En referencia al título, no sucede en esta ocasión :/
Hace unos días, mientras realizaba una copia de seguridad del blog, me di cuenta de algo inusual: nada más y nada menos que había llegado a los quinientos artículos. De verdad me tomó por sorpresa. No llevo una contabilidad exacta; de hecho, solo sumo y registro el índice una vez por mes, más o menos. Es cuando me acuerdo que las cifras empiezan a cobrar sentido para mí. De allí fue que decidí publicar este gran hito y sí… “gran”, porque no se ve todos los días. Muy humildemente he escrito cada una de estas obras a base de la inspiración del momento.
Las reacciones de algunos usuarios fueron muy agradables para mí, total sorpresa al llegar a esos quinientos. Incluso algunos no se lo creían, por lo que tuve que recontar el índice de nuevo para tener una cifra fiel a la existencia de cada una de las obras que se reflejan en el blog. Aunque, tal y como se lo sostuve a más de uno, contando por calidad diría que son menos de quinientos. Hay artículos del pasado que meramente mantengo solo por nostalgia y porque hacen parte de esa “evolución” como autor; pero en cuanto a calidad son muy vagos y en ocasiones me avergüenza que alguien los lea y los comparta. Pero es parte del pasado… y eso tendré que justificarlo cada vez que lo saquen a la luz.
Ahora bien, analizando por encima cada uno de los títulos, puedo coincidir en una cosa: cuando hay desazón (por no repetir de nuevo el título) se producen mejores obras. Mis “mejores artículos” los he escrito en momentos de pura intranquilidad. Quizás el único espacio donde hubo un margen de calma fue en el momento en que empecé a escribir, todo lleno de angustia, pensamientos intrusivos y de todo un poco —o muy poco de todo—. Carencias no solo físicas; hay mucho más que transciende y duele, pero no se puede describir ¿Por qué? Porque se desconoce.
Por lo general siempre mantengo una base de datos con enlaces, información, fuentes, de todos los estilos: imágenes, referencias, canciones, noticias, reseñas e inclusive un simple comentario que, con base en ello, me da una idea para escribir. ¡Es cuando se enciende la lámpara! Pero no es como poner A o B y empezar a escribir; simplemente hay momentos, circunstancias de mucha inspiración o de nula inspiración. Aunque ha sido más como desahogo que cuando no es un buen momento, esa idea cobra sentido para mí y fluye la escritura, tal y como si el nudo comenzara a soltarse. Pero, de nuevo, solo ha surgido correctamente en esos momentos tristes.
Si me preguntan, actualmente no sé cómo me siento. Creo estar neutro, aunque en las madrugadas miro hacia mi ventana, admiro la luz lunar y pienso: ¿Cuál es mi propósito? ¿Realmente estoy haciendo lo correcto? Momentos de cuestionarme a mí mismo. Y pasa que dichas cuestiones no salen a la luz en el día; supongo que es porque se está ocupado en las labores cotidianas y muchas veces “lobotomizado” o eso parece… cuando sabes que no todo va bien, pero sigues la corriente de una “sociedad perfecta”: levantarte, trabajar, regresar a casa fingiendo que todo fue de maravilla, dormir lo que se alcance de horas y luego repetir el ciclo… por días, semanas y años; así hasta querer tomar el control, quizás cuando ha sido demasiado tarde.
Vivo en protesta social constante. Antes los mayores me rechazaban de sus círculos por no poseer la suficiente edad y ahora, en la etapa “juvenil” del estilo de vida sin límites, se me mira diferente… como si fuera ya del círculo de los mayores, cuando uno asume que aún está “a tiempo”, pero parece que he envejecido demasiado rápido. De hecho, puedo decir que no disfruté mis veintes tanto como hubiera querido; decepcionante.
Durante estos días no he podido escribir algo medianamente decente: escribo y desecho (repito este ciclo cada cierto tiempo). Hace mucho escribí algo similar y me he acordado, pero esa inspiración es tan fugaz que provoca querer romper algo. Es como prepararte mucho para estar con aquella chica que tanto deseabas, que después de tanto tiempo de trabajo, esfuerzo y dedicación —que para los no tan agraciados como yo es todo un desafío—, cuando al fin llega ese momento de la acción todo se viene abajo. Realmente no sé si a alguien más le ocurre, pero es un tiempo de locura, de creer que llegaste a la luna pero después del acto caes al mismísimo infierno. No te sientes satisfecho, de hecho todo lo contrario; es un deseo momentáneo. Más o menos así ha sido mi sensación (una forma extraña de explicarlo, lo sé) y crea indiferencia.
Ayer, dando vueltas sobre qué escribir para este comienzo de mes y más teniendo en cuenta que sería el artículo 501 (o sea, este), comencé a revisar las notas y nada me llamaba la atención. Me paré en la calle mientras esperaba que me atendieran para una revisión de mi moto, cuando me dio por entrar al perfil de ella… sí, aquella mujer que en su momento lo fue todo y me es imposible bloquear o evadir ese perfil de cierta red social.
Ver sus fotos, su cambio físico y su tranquila vida me llenó completamente de nostalgia. Nuevamente sentí un llanto interior… me miré al espejo de la moto y pensé: ¿Qué demonios me ha pasado? ¿En dónde me he quedado? No soy yo. No he podido salir de esa celda mental. He estado “libre”, no tanto. No veo los barrotes, pero están ahí. Son los mismos que me impiden llevar una vida “corriente”, tener un buen sueño y quizás poder relacionarme con personas. Hace mucho no le hablo a nadie.
Qué por cierto… la vida es curiosa. Justo esta semana alguien me envió la fotografía de un “panda” en tono de nostalgia, pero el contexto detrás es fuerte. Brevemente: hace unos años, cuando trabajaba con aquella chica y apenas comenzábamos a conocernos, en la dependencia había una oficina de Huawei con la que nos llevábamos muy bien. Una noche, después de realizar una inspección de acceso a un par de asiáticos muy amables —yo solo iba de paso, iba por café— les dije “xièxiè”. Algo les brilló en la mirada: se devolvieron sonriendo hacia mí y me regalaron un panda. Luego regresaron y le dieron otro a quien estaba a mi lado. Me pareció un detalle tan lindo y curioso (es un prototipo de panda que se adhiere a cualquier superficie metálica y se puede retorcer) que terminé regalándoselo a aquella chica. Cuando todo terminó, ese panda quedó aislado en su locker del trabajo, a la vista de nuestros compañeros —quienes sabían todo lo ocurrido entre nosotros, pero callaban—. Con el tiempo, meses después, alguien me recordó aquella escena. Ahora me pregunto: ¿qué habrá sido del panda? Espero que repose en un buen lugar y no en algún cesto de basura. Junto a él, se fue un porcentaje de mí.

Cuando alguien se me acerca a preguntarme, siento una extraña sensación, como si conectáramos, algo conocidos, (al momento de editar me di cuenta que no me acuerdo a que hacia referencia en este fragmento) pero que al final es un completo desconocido que meramente por coincidencia surge dicha interacción.
Me he dado cuenta de que, al final, no escribo para sumar números ni para llenar un índice. Escribo para entenderme, para poner en palabras esa maraña de silencios que no se gritan en voz alta. Quizás cada artículo es un intento de abrir una puerta y asomarme a mí mismo, aunque al otro lado solo encuentre otro reflejo, otra versión de mí.
“Los monstruos nunca estuvieron debajo de mi cama; siempre estuvieron dentro de mi cabeza” – Autor desconocido.
Y sin embargo, escribir ha sido la única forma de domarlos. Es mi pequeña resistencia ante una rutina que pretende uniformarlo todo. Cada frase es una grieta en ese muro invisible, un recordatorio de que sigo vivo aunque a veces me sienta ausente.
“Quien muere encuentra paz. Quien vive muerto, solo acumula años de vacío”.– Autor desconocido.
Quizás escribir sea mi manera de no morir por dentro. De darle sentido a cada madrugada rota, a cada instante de nostalgia, a cada palabra que no dije. Y si algún día este blog deja de ser un contador de artículos y pasa a ser solo silencio, espero que al menos quede claro que cada palabra aquí escrita fue un intento sincero de existir.
PD final: En referencia al título… parece que, al menos esta vez, sí sucedió.

