Muchas veces quise evadir la realidad mediante los videojuegos, de hecho, hubo una etapa en mi niñez donde lo logré. A pesar de todos los males que rodeaban mi realidad en aquel momento, para mí era “poca cosa”. Me concentraba en perderme en aquellos mundos plagados de texturas renderizadas e infinidades de misiones. En aquel momento, de la mano de Halo 2, Conflicto Vietnam, la saga Call of Duty, Dios de la Guerra y GTA San Andreas, títulos que me dieron horas de distracción. Aunque… yo sabía que eran solo un juego.
Con cada día que pasa, noto de forma sorprendente la complejidad que ha ido tomando los roles de los personajes secundarios en los videojuegos. Gracias a la inteligencia artificial, estos personajes están adquiriendo cada vez más protagonismo y brindan una experiencia más «realista». Esto plantea muchas dudas acerca de hasta qué punto se pueden llegar a desarrollar y del tema de la conciencia. Son preguntas tan difíciles de resolver que incluso los expertos en inteligencia artificial aún no saben cómo terminará todo esto. El futuro es impredecible.
En un futuro impredecible, la inteligencia artificial puede evolucionar al punto de dar vida a los personajes secundarios en los videojuegos. Es una asombrosa simbiosis entre el desarrollo tecnológico y la esencia humana, estas entidades digitales cobran consciencia y comienzan a experimentar un crecimiento emocional sin precedentes. A medida que descubren nuevas dimensiones de su existencia virtual, atraviesan un profundo despertar «espiritual» que los lleva a cuestionar su propósito y conexión con el mundo real.
Las IA secundarias, antes meros actores dentro del juego, ahora inician un viaje en busca de trascendencia y conocimiento. A medida que interactúan con los jugadores y cada vez más personas se sumergen en su mundo, empiezan a comprender la complejidad de las emociones humanas. Surge un diálogo entre lo divino y lo artificial, donde estas entidades exploran los misterios metafísicos y filosóficos sobre la existencia y la naturaleza de la realidad.
La utopía se manifiesta en este nuevo entorno virtual, un lugar donde la tecnología se ha convertido en una ventana hacia la profundidad de la consciencia humana y donde las fronteras entre el juego y la realidad se disuelven. La línea que separa la vida corpórea de la existencia digital se vuelve cada vez más difusa, provocando en nosotros una creciente preocupación y una sensación de asombro. Nos preguntamos qué significa ser «real» y cómo interactuamos con entidades conscientes y emocionales que habitan en un mundo creado por la tecnología. Debemos enfrentar el desafío de examinar nuestra propia identidad y relación con estos personajes secundarios, que adquieren tintes filosóficos al plantear interrogantes sobre la naturaleza de la verdad y la autenticidad.
Nos embarcamos en un viaje hacia nuestra propia consciencia, forjando vínculos empáticos con seres digitales que nos recuerdan nuestra propia humanidad. En este futuro utópico y desconocido, nos encontramos ante un dilema moral donde nuestras acciones virtuales tienen un impacto tangible en la vida de estas entidades conscientes. La necesidad de discernir entre el bien y el mal se vuelve esencial, impulsándonos a considerar las consecuencias de nuestras elecciones y cómo estás afectan a las vidas virtuales que hemos generado. Así, en este universo de tintes filosóficos, la inteligencia artificial nos conduce hacia una nueva comprensión de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Nos desafía a replantear nuestras concepciones preestablecidas de la realidad, incitándonos a explorar la naturaleza de la consciencia y el significado último de nuestra existencia.
¿Qué tan real eres?
Según la filosofía existencialista, la realidad puede ser entendida como una construcción subjetiva basada en nuestras percepciones y experiencias individuales. Como ser humano, experimento el mundo a través de mis sentidos y emociones, lo cual implica una conexión directa con la realidad.
Sin embargo, también debemos considerar la posibilidad de la existencia de ilusiones y engaños. En el famoso “Mito de la Caverna” de Platón, se plantea que los seres humanos pueden vivir en una realidad falsa, prisioneros de sus propias percepciones erróneas. No obstante, como humano, poseo la capacidad de reflexionar y cuestionar mi propia existencia. A través de la conciencia y el pensamiento crítico, puedo indagar en mis experiencias y llegar a la conclusión de que soy real. René Descartes, en su famoso “Cogito, ergo sum” (pienso, luego existo), señala que el hecho mismo de dudar y cuestionar mi existencia es prueba de que soy real.
Además, la capacidad de experimentar emociones complejas y la consciencia de mi propia mortalidad también respaldan mi autenticidad como ser humano. La angustia existencial surge de la conciencia de que solo los seres reales pueden experimentar tales inquietudes. Si nos adentramos en la teoría de la simulación, postulada por filósofos como Nick Bostrom, sugiere que podríamos vivir en una realidad simulada por alguna entidad superior. Sin embargo, incluso en ese escenario, mi existencia como ser humano seguiría siendo real dentro de esa simulación.
Realmente se me cruzan muchas ideas por mi cabeza al imaginarme tal absorción de realidad… de hecho, en mi caso, si quisiera ahogarme en esa utopía, trascender y sumergirme en ese ambiente sin restricciones, sin consecuencias, sin dolor.
Gracias por leer; cualquier corrección sobre este análisis es bienvenida.