Dejad que las palabras fluyan como un río envenenado, de un corazón que ha sufrido a manos de una serpiente. Ella, quien se ocultó tras una máscara de amor, y me hizo creer en un paraíso que nunca existió.
Su risa, una daga en mi alma, su mirada, un veneno que me consume. Manipuladora y despiadada, me arrastró a las profundidades de la desesperación.
Decepción, furia e ira, llenando el fuego de mi deseo de justicia. Pero ¿Qué es el dolor sin la paz?, sin la inspiración que nos lleva a la cima.
Ahora, en medio de la tormenta, veo la luz que nos guía al perdón. Aunque su manipulación me lastimó, aún encuentro en mi corazón un lugar para el perdón.
Le deseo todo lo mejor, a pesar de su deslealtad y falsedad. Que su espíritu encuentre la paz, y en la eternidad, la redención.
Así concluye mi poema, llenado por la furia y la ira, pero también por la esperanza, de que el perdón traiga consuelo y tranquilidad.