Uno cree que con el tiempo, las personas solemos volvernos más maduras, pero es una «creencia» errónea que tenemos. Cierta actitud depende de muchos factores. En el mejor de los casos, con la edad se adquiere más sabiduría, pero en el peor de los casos, cuanto más años se tienen, más estúpidos nos volvemos, más sensibles y más débiles. Así puedo seguir, sin parar.
Si bien es cierto que la vida nos brinda experiencias y conocimientos que podrían hacernos más sabios, no es necesariamente la norma. En ocasiones, el paso del tiempo solo refuerza nuestros patrones de comportamiento limitados y nos atrapa en una espiral de autocomplacencia. La madurez verdadera no proviene simplemente de cumplir años, sino de una profunda reflexión y autoevaluación constante. A menudo, el peso de los años solo aumenta nuestras inseguridades y temores, y nos hace más vulnerables a los embates de la vida. En última instancia, la sabiduría no es una garantía y puede eludirnos incluso en nuestros últimos días. Es un recordatorio sombrío de que la trama de la vida es compleja y, en muchas formas, incomprensible.
Es importante destacar que desde el principio me incluí en esa etapa de poca madurez. Maduro no me creó en absoluto, aunque desde niño logré demostrar una actitud diferente a la de los demás niños de mi entorno. Por alguna razón, veía la vida de manera distinta y prefería no jugar, sino centrar mi energía en reflexionar sobre quién era y para qué estaba en este mundo. Esta pregunta, que aún sigo respondiendo poco a poco después de años, es algo que me obsesiona. Sin embargo, también cometí graves errores de inmadurez… fue lo peor que pude haber sentido.
El primer paso para superar un error es reconocerlo; Al reflexionar sobre mi propia naturaleza explosiva y mi tendencia a ser predictivo, me he dado cuenta de que mi impaciencia y rapidez para juzgar pueden ser limitantes para mi crecimiento personal. Me doy cuenta de que al anticipar y dar por sentado lo que otras personas están diciendo o pensando, estoy perdiendo la oportunidad de aprender y comprender sus perspectivas únicas.
Es doblemente placentero mentir al impostor
Sí, es una cita de Maquiavelo, un filósofo con el que me identifico, más con su famosísima frase “el fin justifica los medios“. En este caso, siempre voy pagando con la misma moneda, creo que es lo correcto. Quien obra mal contra mí debe recibir lo mismo o el doble de mal, por lo que a lo largo de mi existencia me he encontrado con algunos personajes demasiado nefastos, tanto que me cuesta admitirlos como «personas».
Hasta el momento no he escrito nada sobre mi labor y todavía sigo reflexionando si hacerlo o no, ya que serviría como un identificativo más para dar con mi persona. El caso es que en mi trabajo tengo a cargo una gran responsabilidad y cierto grado de “manejo de personal”, y es ahí donde he podido experimentar muchos aciertos y desaciertos. Realmente, los resultados han sido demasiado frustrantes. Estas experiencias me han confirmado mi desagrado hacia la «humanidad», ya que se aleja por completo de su verdadero significado.
Las personas suelen ser muy moralistas. De frente, saludan y sonríen, pero a tus espaldas planean desorganizar y generar zozobra sobre ti. A eso me refería con inmadurez. No admiten que, en su posición, deben seguir a un líder. Es el enfoque ideal, ¿no es así? Entonces, ¿por qué elegiste estar aquí? Terminar tal y como vamos no tiene sentido alguno. De hecho, Maquiavelo lo dijo: los guerreros en tiempos de paz siempre están de nuestro lado, pero en tiempos de guerra aprovechan para hacerse los indiferentes, escapar e incluso atacarte.
En mi trabajo, han intentado por lo menos 5 veces derrocarme de mis funciones, siempre por parte de «subalternos» que en realidad son compañeros de trabajo con responsabilidades laborales inferiores, adaptadas a un entorno diferente según la necesidad del lugar. A pesar de que han buscado formas de acabar conmigo, no lo han logrado. Pueden alterar la perspectiva hacia mi persona las veces que quieran, pero la mejor prueba y contraofensiva que tengo contra ellos siempre han sido los hechos. La calidad laboral es innegable y no puedo alabarme a mí mismo, pero el hecho de que aún continúe desde mi posición es una muestra de lo que confirmo. Eso sí, si yo no amara lo que hago, nada de esto tendría sentido. De hecho, hubiera dejado de luchar hace mucho rato.
No es hora de renunciar. Sigo demostrando con hechos lo mejor de mí, aunque haya gente que, en un intento desesperado por desestabilizarme, se victimice, derrame lágrimas y haga todo lo que está a su alcance para alterar la realidad. No lo van a lograr, al menos no mientras yo quiera seguir luchando.