Hoy estuve visitando el sitio de Claude.ai para revisar algo en concreto: un modelo de visualizador de datos CSV que me llamó la atención. Aunque, fuera de eso, me di cuenta de que dentro de la plataforma de Claude.ai (Claude es una familia de grandes modelos de lenguaje desarrollados por Anthropic) había un apartado de “artefactos”, el cual es básicamente una funcionalidad que permite crear y mostrar contenido interactivo directamente en la conversación. En lugar de solo describir algo con texto, puede generar páginas, documentos, códigos, gráficos, componentes en React, diagramas, etc. En sí, algo muy superior a lo que ya se tiene en OpenAI con ChatGPT porque permite explorar y ver esos resultados más allá del texto.
El caso, y por lo que escribo hoy, es por uno de sus artefactos llamado “Tu vida en semanas“. No es más que, como se describe a sí mismo, “un reflejo visual del paso del tiempo“. Introduces tu fecha de nacimiento y comienza a darte un apartado visual con diferentes datos. Por ejemplo, mi fecha de nacimiento: XXXX.

He vivido 1.282 semanas. Así, tan simple, tan brutal. Apenas el 31% de lo que se supone es una vida “completa”. Uno lo dice en voz alta y no parece nada, pero luego caen encima los números: 8.974 días de experiencia, 98 estaciones observadas, casi mil lunas y soles desangrándose en el calendario. Mi corazón, que no pidió permiso para latir, ya ha golpeado en mi pecho unas 904.579.200 veces. Cada una, un tambor primitivo, recordándome que sigo aquí, aferrado a la absurda costumbre de estar vivo.
He respirado alrededor de 206.760.960 veces, y aun así me falta el aire cuando pienso en lo efímero. He dormido 71.792 horas, como si la vida se empeñara en recordarnos que necesitamos apagarnos durante un tercio del tiempo que decimos “aprovechar”. No deja de ser irónico: nos obsesionamos con vivir más, pero pasamos buena parte del trayecto inconscientes, soñando mundos que jamás existirán.
Mientras tanto, allá afuera, el contexto social se mueve como una ola que arrasa con todo. Nací en un planeta con 6.100 millones de humanos y hoy camino entre más de 8.000 millones. La humanidad no me pidió permiso para crecer. En promedio, una persona conocerá 80.000 individuos en toda su vida. Yo, en mis semanas acumuladas, ya he cruzado miradas con cerca de 24.800. Un ejército de rostros que desfilan, me saludan, me olvidan. Desde que nací, han llegado al mundo 3.454.990.000 niños y se han marchado 1.489.684.000 personas. Soy una ínfima parte de esa coreografía de nacimientos y entierros, un testigo diminuto de la danza repetitiva del existir.
Y cuando elevo la mirada hacia arriba, hacia lo que no alcanzo, el vértigo me traga. Desde mi primer llanto, la Tierra ha viajado 14.358.400.000 kilómetros alrededor del Sol. Un número inasible, pero que solo significa esto: hemos dado vueltas en círculos perfectos, creyendo avanzar mientras no salimos nunca del mismo recorrido. Durante mi corta vida, el sistema solar entero ha atravesado 178.331.328.000 kilómetros en la Vía Láctea. Y aun así, sigo atrapado en un barrio, en una ciudad, en una rutina que se repite como si fuera eterna.
El universo observable tiene 93 mil millones de años luz de diámetro. La luz, esa materia arrogante que viaja a 300.000 km por segundo, tardaría 93 mil millones de años en cruzarlo. Y yo, con mi vanidad humana, he ocupado apenas el 0.0000005797% de la edad de ese universo. Un error decimal, una mueca estadística, un parpadeo que nadie notará.
Mientras tanto, el mundo natural sigue a su propio ritmo. He visto 304 ciclos lunares y he dado 24 vueltas completas alrededor del Sol. Nada extraordinario, salvo que eso es todo lo que soy: ciclos repetidos que finjo únicos. Una secuoya gigante puede vivir más de 3.000 años; yo soy apenas el 0.82% de esa vida vegetal. Ni siquiera me acerco a la dignidad de un árbol. Y como si fuera poco, mi cuerpo se ha desarmado y reconstruido múltiples veces. No estoy hecho de los mismos átomos con los que llegué a este mundo. Soy una ficción de continuidad: cada día un poco menos el que fui, cada día un poco más un extraño que me habita.
Así que, al mirar esta cuadrícula de semanas, esa tabla absurda que divide la vida en recuadros, solo me queda aceptar que todo esto es un espejismo. Nos repetimos que hay futuro, que hay tiempo, que podemos planear, pero lo único cierto es este instante que se desangra en silencio. La eternidad es un mito, y la cuadrícula no es más que el recordatorio cruel de que somos finitud con fecha de caducidad.
La gran pregunta es inevitable: ¿cómo llenar esas casillas que me quedan? ¿Con qué cara seguir desperdiciando semanas como si fueran infinitas? Da un poco de todo…
Quizás la ironía más grande es esta: mientras el universo se expande a velocidades inimaginables, yo sigo aquí, escribiendo estas palabras inútiles para sentir que algo, aunque sea mínimo, vale la pena.
PD: los datos numéricos los lanza el mismo sitio, información que se puede contrastar en línea.
Gracias por leer.