La sombra siempre ha sido fascinante: nos atrae, nos asusta, nos obliga a mirar lo que preferiríamos ignorar. Y en nombre de la seguridad, del orden, de la justicia, los guardianes modernos han aprendido a disfrazarse de monstruos. Porque la piel del cazador, si se mancha de barro, rara vez vuelve a brillar como antes.
“Cometemos el delito para evitar el delito”.
Si un ciudadano ordinario lo dijera, sería objeto de risa o cárcel; si lo dice el Estado, se convierte en doctrina, en estrategia, en principio inviolable.
Vigilancia reciente: ejemplos que inquietan
En los últimos años, la delgada línea entre protección y transgresión se ha vuelto casi invisible:
- Grecia – software espía Predator: ministros, jueces, periodistas y militares monitoreados sin control aparente. Leer más
- Brasil – ABIN y vigilancia política: esquema de espionaje ilegal que favoreció al presidente Jair Bolsonaro, apuntando a adversarios políticos. Leer más
- Italia – monitorización de ONG y periodistas: software de espionaje autorizado por el gobierno contra miembros de organizaciones humanitarias y periodistas. Leer más
Estos casos muestran que la moral del cazador no es teoría: es práctica, con consecuencias visibles y directas.

La paradoja del poder y la moral
La verdadera inquietud no es la vigilancia secreta; es lo que se hace a plena luz, envuelto en banderas, leyes y palabras que suenan nobles. La eficiencia reemplaza a la ética, y la anticipación de la amenaza nos convierte en expertos de su textura, su peso, incluso de sus deseos.
Nos dicen que la vigilancia es por nuestro bien, que la intervención protege, que la duplicidad es sacrificio, no perversión.
Pero la libertad, lentamente, se reduce al tamaño de lo que no incomoda al vigilante.
La ilusión de protección
La jaula se presenta como protección. La ilusión de ser cuidados supera la posibilidad de ser libres. Cada vez que un organismo del Estado cruza la línea “por el bien común”, otra frontera moral se vuelve permeable, otra mancha se suma al mapa de lo aceptable.
Los medios se quedan cuando el fin termina; se institucionalizan, se naturalizan, se vuelven cultura.
El verdadero monstruo
Quizás la verdadera amenaza no son los monstruos que cazamos, sino los que decidimos fabricar para cazarlos. Y lo más inquietante es que, al mirar a los ojos del cazador, descubrimos que su sombra ya se parece demasiado a la nuestra.
Porque luchar contra la oscuridad es un riesgo que nadie advierte: tarde o temprano, el alma empieza a acostumbrarse a ella.

