Mi experiencia como OMT- III

Hoy vengo a continuar esta serie de artículos basados en la seguridad privada, labor que desarrollo desde hace unos años y de la cual me siento demasiado agradecido, con sus muchos puntos positivos y otros no tan positivos. Aunque en esto he aprendido que constantemente se aprende algo nuevo: cada día se desarrolla un nuevo desafío y, en sí, es un sector que va en constante crecimiento, por lo que toca estar muy actualizado respecto a los temas del momento y lo que se prevé a mediano y largo plazo.

El primer artículo que saqué fue la biblia de la seguridad privada, en donde básicamente explicaba de qué iba esta labor. Posteriormente, en un segundo artículo, escribí sobre mi experiencia como guarda de seguridad, la base de todo este gremio por donde tenemos que pasar la gran mayoría, contándoles, con base en mi experiencia, lo que sé. Ahora procede a escribir sobre el segundo escalón de la seguridad privada y lo que he aprendido en dicho cargo.

¿Qué es un OMT?

Un OMT (Operador de Medios Tecnológicos) en seguridad privada es un profesional especializado en la operación, monitoreo y supervisión de sistemas de seguridad electrónica como cámaras de vigilancia, alarmas, control de accesos y detectores de intrusiones. Su función principal es monitorear señales visuales y sonoras generadas por estos sistemas para identificar riesgos, analizar eventos y coordinar respuestas efectivas ante incidentes en tiempo real. Además, están entrenados para actuar con precisión ante señales críticas, asegurando una respuesta inmediata y adecuada a posibles amenazas.

Este rol requiere habilidades en el manejo de herramientas informáticas, digitales y telemáticas, y conocimientos en normativas legales relacionadas con seguridad electrónica. El operador de medios tecnológicos es considerado “los ojos detrás de las pantallas”, ya que proporciona vigilancia remota que garantiza la protección de personas y bienes en empresas públicas o privadas.

Hay que tener en cuenta que, en muchos sitios, hay vigilantes que trabajan con su infinidad de monitores para hacer un trabajo mixto y tener un “mejor” control del lugar. Pongo “mejor” entre comillas porque he visto lugares donde saturan al vigilante con monitores que, más que ayudar en su labor, son una distracción que recarga responsabilidades que no debería tener. El OMT es propiamente quien está en su centro de control con su única función de supervisar todos los sistemas del lugar.

Imagen sacada de acá.

Mi historia como OMT

En la seguridad privada no basta con conocer un tema determinado para ocupar un cargo, sino más bien contar con la experiencia de haberlo ejercido en algún momento. Por lo general, se exige un año como mínimo para aspirar a cada uno de los cargos. ¿El problema? Que te exigen tiempo, pero no hay muchos que te den la oportunidad de comenzar, y acá viene lo especial del asunto: hay un porcentaje de esfuerzo y de suerte.

¿Suerte? Pues, entre tanta gente, una demanda moderada y pocos clientes que se atrevan a comenzar con alguien que apenas inicia y con un porcentaje esperado de fallo, ahí es donde juega la aleatoriedad: lugar y momento indicados para que seas tú quien se lleve esa oportunidad.

Mi caso en particular fue curioso y algo inspirador; no me canso de contar esta historia una y otra vez. Cuando comencé como vigilante, tuve una vida demasiado exigente y complicada (quienes leyeron mi experiencia como vigilante lo entenderán). Habían noches en las que solo llegaba a dormir: era tocar la cama y automáticamente desconectarme para luego sentir que no había descansado lo suficiente para volver al ruedo, y así, una repetición constante, una y otra vez. Esta situación aumentaba mi preocupación interna y se notaba en mis turnos nocturnos; cuando más tiempo tenía para pensar… estaba cansado de que la gente pasara de mí, cansado de hacer tanto por nada, y siempre me preguntaba: ¿Esto fue para lo que me preparé y lo que realmente quiero?

Para serles sinceros, no me gustaba interactuar físicamente con la gente; en el 99 % de las veces fingía las conversaciones porque realmente no me importaban. Solo estaba cumpliendo tales funciones por el dinero, aunque con el tiempo aprendí a querer lo que hacía, pero fue durante muchas horas de reflexión.

Una tarde, mientras viajaba en el metro después de una larga jornada, me sonó el celular. Al ver el nombre en la pantalla, un escalofrío me recorrió… “Jefe de seguridad”. ¿Qué querrá? ¿Qué habré olvidado o hecho mal? A pesar de la preocupación, contesté:

—Buenas tardes, jefe… ¿Cómo está?

—Bien. Seré directo: en este momento tenemos una vacante disponible y, sinceramente, la primera persona en la que pensé fuiste tú para ocupar el cargo. Sería como recepcionista.

Hubo un silencio que se sintió eterno. Tomé aire y respondí:

—Jefe… muchas gracias por tenerme en cuenta, pero esta vez debo decir que no.

—Está bien. Que estés muy bien.

En ese momento tuve un gran debate interno: ¿Será que desaproveché una buena oportunidad? Realmente, el contexto era grandísimo, por lo que resumo para que dimensionen tal propuesta: era el jefe de seguridad, el cliente para el que trabajaba (no la empresa), y me estaba ofreciendo un puesto vinculado, ya no como guarda de seguridad, sino como recepcionista del lugar para el que trabajaba, ahora con la marca del cliente… un paso algo importante.

A pesar de ser una muy buena oportunidad de mejora en cuanto al crecimiento a largo plazo, mi mente me decía que no. ¿Por qué? Porque realmente no me gustaba socializar tanto. Yo era bueno atendiendo a la gente y les gustaba que yo les asesorara, pero yo fingía; realmente no me importaba lo que me contaban, y esa era la parte más pesada: estar todo el tiempo en contacto con las personas. Ojo, no es que odiara a nadie, sino más bien porque soy un geek (quienes me leen de siempre lo entienden), soy más de interactuar con tecnología que con personas.

Por ende, a pesar de estar en ese momento algo saturado del trabajo que desempeñaba, me sentía a gusto porque había pasado de una tienda (experiencia que comenté en el artículo del vigilante) a desarrollar mi labor en una torre TIC: eran menos funciones, mejor pago, mejor trato, en sí más pros que contras. Por lo que preferí seguir allí, sin importar que seguiría siendo “el vigilante”, aunque de hecho mi círculo cercano me expresó que era un estúpido al rechazar tal oferta, pero bueno.

Paso un mes.

Era una tarde bastante lluviosa. Justo había salido de la estación de metro que me acercaba a mi hogar, y andaba aburrido por todo el proceso de alejamiento con mi familia (iba a cumplir casi nueve meses de haberme separado de todos sin ningún contacto por problemas familiares). Me había mojado mientras llegaba a casa, con algo de hambre y pensando: ¿Qué voy a preparar ahora? Mientras todo parecía caótico a mi alrededor, me daba aliento a mí mismo; de forma estoica pensaba: “no estamos tan mal”, cuando recibí una llamada. Era el jefe de seguridad… Pensé: ¿Qué habré hecho mal?

Cuando contesté, me expresó que quería darme una oportunidad como OMT, debido a que había una vacante en el momento y quería que comenzara lo antes posible… fue la mejor noticia que recibí en mucho tiempo. De inmediato acepté y me hizo bastante ilusión.

El contexto de la ilusión era este: antes era yo quien estaba en tierra, recibiendo indicaciones por el audífono del radio, vigilando 24/7 por una cámara, por mi jefe inmediato que me indicaba qué hacer y qué no hacer, quien me observaba y, si hacía algo incorrecto, de inmediato iba a ser reportado. Ahora, sería yo quien estaría detrás de esa lente de cámara, con funciones diferentes.

Imagen sacada de acá.

La vida de un OMT

Hay noches en que la realidad se fragmenta en treinta y dos pantallas. Cada una muestra un mundo detenido: un portón, una calle vacía, un ascensor que respira luz. Desde mi silla, contemplo todos esos fragmentos, consciente de que en cualquier momento alguno podría despertar. Ya no camino bajo la lluvia ni escucho el eco de mis pasos por los pasillos. Ahora habito el corazón invisible del circuito, donde el silencio también tiene un código.

Ser operador de medios tecnológicos no es simplemente observar; es anticipar lo que aún no ocurre. Es aprender a leer la anomalía en la normalidad, a sospechar del movimiento más tenue, a entender que incluso la quietud puede ser una trampa. En este oficio, uno no solo mira las cámaras, sino que se convierte en una de ellas: fija, paciente, cansada, pero implacable. El ojo humano se alía con el ojo digital, y entre ambos nace un tipo de conciencia nueva: fría por necesidad, pero humana por defecto.

Con el tiempo descubrí que la verdadera carga del operador no está en los equipos, sino en la mente. Nadie habla de eso: del peso que implica ver sin ser visto, de la tensión de sostener en la mirada la calma de un lugar que podría desmoronarse en segundos. Mientras el mundo duerme, nosotros vigilamos su reflejo. Somos los guardianes de lo invisible, los que sostienen la noche para que otros la atraviesen sin miedo.

Con la experiencia uno aprende a pensar como un sistema. La mente se organiza en cuadrantes, en rutas predecibles que imitan la lógica de las cámaras: zona uno, zona dos, punto ciego. Se forma una cartografía mental donde cada ángulo tiene un pulso y cada segundo pesa distinto. Aprendemos a responder antes de pensar, a leer patrones invisibles: un portón que tarda medio segundo más de lo habitual, una sombra que no corresponde a la hora del día, un movimiento que vibra fuera del ritmo natural del entorno. Es un instinto tecnológico, una especie de sexto sentido entrenado por el cansancio y la repetición. El cuerpo sigue ahí, sentado, pero la conciencia vive dentro del circuito, saltando de lente en lente, buscando un error antes de que nazca. Y, sin embargo, seguimos siendo humanos: sentimos el parpadeo de la fatiga, el ruido del insomnio, la presión constante de saber que, si algo ocurre y no lo vimos, la culpa caerá como un peso insoportable. Hay noches en que la pantalla se confunde con los párpados, en que los ojos duelen no por mirar demasiado, sino por no poder cerrar.

El operador es el que más observa, pero el menos visto. Nadie nota su existencia hasta que falla; solo entonces se vuelve visible, y visible significa culpable. Los turnos se estiran más allá de lo razonable, la soledad se acumula entre pitidos y zumbidos eléctricos, y la mente empieza a confundirse con el sistema que vigila. No se trata de vigilar al mundo, sino de sostenerlo. Y en medio de esa tensión surgen dilemas morales: ¿intervenir o esperar?, ¿reportar o verificar?, ¿obedecer o proteger? Cada decisión es una carga ética silenciosa. Un clic mal hecho puede ser una tragedia; una demora, una vida. El operador tiene poder sobre la información, y en ese poder habita su condena: ser el guardián de lo que sabe y el responsable de lo que calla.

Durante casi los dos años en que laboré en el lugar con tal función, evidencié escenas de todo tipo (como observador, claramente): escenas de persecución, de amor, peleas, celebraciones, discusiones, hurtos, fallas, situaciones raras y un sinfín de casos.

La mayor presión, como escribía líneas más arriba, es detectar a tiempo algo y poder responder como se debe. En el momento del acto, sea cual sea, surgen muchas preguntas; según el contexto, lo que se pueda investigar e interpretar decide si accionar o no el botón de la autoridad. Para ello, les voy a colocar algunas escenas que llegué a vivir, para que ustedes piensen un poco.

Un vídeo corporativo para dar contexto al tema de la seguridad privada.
  • Escena 1 – persona enfurecida.

Es mediodía. Tu lugar de trabajo es una empresa de comunicaciones que, en estos días, atraviesa una campaña de rechazo. Todo parece normal: gente entra y sale de la recepción, observas al vigilante haciendo su ronda por el lobby, sale a la zona externa perimetral, observa y regresa. Todo bajo control… hasta que la cámara capta algo que rompe la rutina.

Un hombre aparece, visiblemente alterado. Sus gestos son violentos, discute con el vigilante, levanta los brazos. Por un instante, el tiempo parece ralentizarse: el vigilante se queda paralizado, y tú sientes el peso de la decisión sobre tus hombros. Estás a un botón de pedir refuerzos y a dos pasos de llamar a la policía. ¿Alertar a un presunto agresor por radio? No, eso sería un error garrafal.

Respiras hondo y decides lo más sensato: llamar a recepción o a un tercero del lugar para verificar la situación antes de actuar. La realidad detrás del enfado es sorprendente: el hombre es un antiguo empleado de la sede. Su “agresividad” no es otra cosa que euforia; entrega la última documentación para pensionarse y estalla de felicidad al reencontrarse con sus antiguos compañeros. El vigilante queda igualmente paralizado ante tanta emotividad.

Un movimiento en falso, una reacción apresurada, y todo podría haber sido un desastre. Pero en lugar de eso, la calma racional prevalece.

Y sí… esto fue real. Los siguientes casos son más hipotéticos, pero la lección queda clara: en seguridad privada, la mente fría y la verificación antes de actuar pueden marcar la diferencia entre un error y un éxito.

  • Escena 2 – La sombra que no avanza Son las 23:47. En cámara 6 se observa una figura inmóvil junto a la reja perimetral. No entra, no sale, no hace nada. Solo está ahí, mirando. Pasa un minuto. Dos. Cinco. El guarda del puesto dice que no ve nada. ¿Qué haces? ¿Enciendes reflectores? ¿Envías a verificar? ¿Llamas apoyo? Respuesta: Era el reflejo del árbol movido por el viento. Pero igual, si no reaccionabas, te comía la paranoia.
  • Escena 3 – El carrito sospechoso A las 14:03, un vehículo blanco se detiene frente al acceso principal. El conductor desciende, camina hacia la garita y entrega un sobre. No saluda, no explica, no espera. Solo se va. ¿Lo registras como “paquetería”? ¿Alertas al supervisor? ¿Ignoras porque “seguro es del administrador”? Respuesta: Era la factura del mes. Pero si explotaba, todos dirían: “¿Y el OMT? ¿Por qué no reportó?”.
  • Escena 4 – El ruido en el sótano 02:19. La cámara del sótano se reinicia sola. Al volver, se nota un movimiento rápido entre los vehículos. No hay nadie asignado abajo. El guarda dice que no oye nada. ¿Informas? ¿Esperas a que reaparezca algo más claro? ¿Envías revisión física? Respuesta: Era un gato… pero el informe decía: “posible intruso detectado”. La diferencia entre el instinto y el susto es un formulario.
  • Escena 5 – El residente “de toda la vida” Reconoces al residente, entra sin saludar, sin levantar la cabeza, con una bolsa negra grande. El guarda no le pide nada. Tú lo ves por cámara, pero te da pereza intervenir, al fin y al cabo “vive ahí”. ¿Revisas la bolsa? ¿Llamas al guarda? ¿Dejas pasar? Respuesta: Era el televisor del salón comunal. Se lo llevaba como si fuera suyo. Pero claro, “vive ahí”.
  • Escena 6 – La puerta abierta 03:12. Una puerta lateral que siempre debe estar cerrada aparece abierta en cámara. No hay movimiento. Nadie cerca. El guarda está en ronda. Tú piensas: “Seguro la dejó así al pasar”. ¿Esperas? ¿Lo llamas? ¿Envías a cerrar? Respuesta: Cuando el guarda fue, ya no estaba abierta… ni la bicicleta del residente 403 tampoco.

Materia judicial

Aunque los anteriores fueron ejemplos de situaciones con las que se convive durante todos los días, se debe de tener muy en cuenta la siguiente información de carácter judicial, de allí es que un mal procedimiento te puede enviar directo a la cárcel por acción u omisión.

Todo operador de medios tecnológicos en Colombia debe conocer el Decreto 356 de 1994, que regula el ejercicio de la seguridad privada y define sus límites frente a la autoridad; la Ley 1801 de 2016, que indica cómo actuar ante comportamientos que afectan la convivencia; y la Ley 1581 de 2012, que protege los datos personales y prohíbe divulgar imágenes sin autorización. También debe tener presente el Código Sustantivo del Trabajo, que sanciona la omisión o manipulación indebida de información; la Resolución 2852 de 2006, que regula los servicios de monitoreo remoto y obliga a conservar registros verificables; y el Código Penal Colombiano, que marca la responsabilidad de reportar delitos observados. En resumen, el OMT opera entre la técnica y la ética: observa, registra y actúa bajo la delgada línea que separa la vigilancia responsable del abuso del poder visual.

¿Cómo es el cambio de actuar en físico a hacerlo a distancia (vigilante- omt)?

Mis primeros meses como OMT fueron alucinantes. Evolucioné demasiado en tan poco tiempo, y esto lo afirmo por todo el conocimiento y experiencia que adquirí en ese período, gracias a que me documenté, asesoré y capacité en los lugares ideales. Pero había pros y contras (como en todo).

El lado positivo es que me estaba ganando un renombre en el lugar. Cliente y jefes encargados de seguridad empezaron a conocer mi punto fuerte: mi fuerte siempre fue la tecnología. Ahora, al trabajar de la mano con ella, se notaban los resultados. Era de los que, si pasaba una novedad, ya poseía un informe de dos o tres páginas detallado sobre lo que había sucedido, resolviendo todas las inquietudes del caso y tratando de buscar una solución (si la había). Créeme, en ese tiempo no había ChatGPT, para que no piensen: “ah, sí… qué fácil”. Nada de inventar con alguna herramienta digital; todo sacado en tiempo real.

¿Y el pero? Comencé a notar demasiada omisión en mis compañeros de trabajo que estaban como vigilantes. Al principio perdoné omisiones, pero con el tiempo me convertí en el más estricto del lugar. Esto trajo rechazo entre vigilantes y enemistades, pero… tenías dos opciones:

  1. Dejar que hicieran su labor sin ningún tipo de control, a pesar de que la hicieran a medias.
  2. Cumplir con la misión por la cual fui contratado y mitigar cualquier riesgo/vulnerabilidad, asi esto incluyera corregir conductas inapropiadas del personal que tuviera a mi cargo.

Claramente escogí la segunda opción, y esto trajo una oleada de renuncias y críticas. Pero ojo, solo con el personal que estaba por debajo mío… y fue un tiempo complicado; si antes estaba solo, luego pasé a estar más solo. ¿Ganado o no? Pues, yo considero que hice todo el tiempo lo correcto. Traté en lo posible de acompañar en cada proceso al personal de vigilantes, capacitándolos, enseñándoles lo mismo que yo aprendí, queriendo que fueran igual de buenos que yo o incluso mejores. Pero con lo único que me encontré fue con personas deshonestas, groseras y que solo querían hacer lo más mínimo, hasta que, claro, fueron reemplazadas.

Esto es una herida en la ética y la moral, ya que sacrificas el tema social por lo laboral… Yo me quedé solo por hacer lo correcto, pero gracias a ello estoy en donde estoy: soy supervisor en una Central de Operaciones, y esto va para un futuro artículo.

Teniendo en cuenta lo anterior, también me equivoqué.

Con el tiempo vi mucha gente pasar por aquel lugar de trabajo. Hice un sinfín de procesos de todo tipo; me había ganado una reputación buena y mala: buena en cuanto al trabajo y mala en cuanto a mi personalidad asocial y exigente. Durante todo ese lapso vivía una época muy solitaria; nunca nadie me esperaba… eso me fue aumentando la depresión. Incluso llegué a pensar, muy internamente, en acabar con todo lanzándome desde el último piso. Pensaba: ¿todo esto para qué?

Llevaba un ritmo de trabajo demasiado formal, demasiado cuadriculado para la edad que tenía. Creía que era demasiado por nada, pero no había forma de permitirme cesar… hasta que llegó alguien a mi vida. Sí, una vigilante, quien con el tiempo se fue ganando mi confianza. Comenzó a compartir demasiado conmigo, tanto dentro como fuera del trabajo, hasta que le propuse que fuéramos novios. Y el resto es historia.

Ya he escrito demasiado sobre ese caso y el desamor. Para quienes no lo hayan leído, o no quieran perder tiempo leyéndolo, el resumen fue este: se ganó mi confianza, ganó terreno en el sitio, utilizó información e influencia a su favor, me traicionó, me delató y se fue… con ello también consiguió, claramente, que me despidieran.

La cuestión de enseñanza es clara: en este cargo habrá gente que llegará con buenas y no tan buenas intenciones. Toca aprender a blindarse lo más posible y desconfiar de TODOS, absolutamente, porque de lo contrario irán por ti. De los errores se aprende, y ahora que yo escribo de esto es porque así lo hice. En su momento, mi mayor vulnerabilidad fue la soledad: llegó alguien que saltó todas mis barreras, explotó la vulnerabilidad e hizo lo que hizo. Fin.

Al final, ser OMT no es solo un cargo ni un conjunto de responsabilidades; es un espejo de nuestra propia existencia. Aprendes que la vigilancia no solo contempla lo externo, sino también lo interno: la soledad, la paciencia, el juicio y la ética. Cada pantalla, cada decisión, cada silencio nos recuerda que somos guardianes de un orden que no siempre vemos, y que la verdadera medida de nuestro oficio no está en el control que ejercemos sobre otros, sino en la disciplina, la conciencia y la integridad que sostenemos en nosotros mismos. En este reflejo, la seguridad deja de ser técnica y se convierte en filosofía vivida.

Gracias por leer; quedo atento a cualquier corrección. Saludos.

La imagen de portada soy en el cuarto de control con otra cámara dando a mi visual.

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