Pasan las horas, los días, las semanas y, dentro de poco, los meses. ¿Y qué puedo decir sobre mi desamor? Es difícil expresar que aún no he podido olvidarla. Sí, la misma chica de la que he dedicado anteriores artículos, los cuales tienes que leer para poder entender mi situación y el contexto general de lo sucedido. El caso es que hoy vengo a escribir un fragmento que surge desde lo más profundo de mí; a pesar de que los recuerdos junto a ella me persiguen y torturan, siguen habiendo muchas escenas bonitas y, cómo no, momentos para pensar, reflexionar, cuestionarse, aprender y mejorar.
Durante los últimos días de la relación, cuando todo ya estaba acabado y seguíamos charlando casi como amigos, se nos vino al tema de conversación el siguiente: “Si tú tuvieras la oportunidad de viajar al pasado y evitar que ambos nos cruzáramos, que la relación no se diera, ¿qué decisión tomarías tú?” La respuesta, sinceramente, fue demasiado dolorosa; pude sentir cómo algo dentro de mí se rompía. Aun así, prefería la sinceridad, aunque me negaba a creer que con la persona con la que había compartido tantos momentos hermosos y demasiada intimidad fuera tan egoísta de admitir que prefería evitar todo. Yo le pregunté: “¿Te arrepientes?” Y lo que contestó ella, que más o menos recuerdo, fue: “Hmmm, no me arrepiento, pero sí preferiría evitarlo.” De ahí, continué con el resto de mis obligaciones, tratando de disimular mi dolor.
¿Yo me arrepiento?
Realmente no. De hecho, esto mismo que estoy escribiendo en algún momento se lo expresé a ella. A pesar de que me dolió, de que fue una experiencia demasiado desafiante y decepcionante, y de la que aún hoy no me recupero, sí que lo volvería a repetir. Esa es mi posición decisiva, por todos los bellos momentos, que para mí fueron la gran mayoría; una experiencia que me generó una nueva esperanza de vida, motivándome a ir más allá y querer, por alguna razón, establecer una unión duradera, una familia… lo que más he soñado: tener una confidente que, más allá de la intimidad, sea mi guardiana, mi protectora, y a su vez yo ser su guerrero; el mismo que se sacrificaría con tal de verla feliz.
No me arrepiento en lo absoluto, aunque, al ver cómo terminó todo, aprendería esa gran lección: la de aguardar y disfrutar el momento… ser feliz a toda costa, por lo mínimo que dure, no buscar “peros” y evitar a toda costa tener diferencias, con tal de estar un minuto más a su lado, estar entre sus brazos mientras me acaricia la cabeza, a su vez que pierdo la noción del tiempo, para luego morir a lo lejos, en su retiro, un despido silencioso, de esos que parten almas y dejan vacíos poco descriptibles.
Soy un maldito infeliz precoz. Admito que fui demasiado rápido; realmente me ilusioné, creé una deidad que me asesino, pero antes de ello me fue torturando lentamente, acabando un poco con todo lo bueno que podía llegar a ser. Eso es lo que realmente me frustra: ¿cómo pude ser tan iluso? Nietzsche tenía razón; observé tanto el abismo que terminó consumiéndome poco a poco, uno del que no veo pronta recuperación. He perdido cualquier esperanza al respecto. De hecho, es irónico: tal y como su nombre, Esperanza, fue lo último que perdí.
Ahora no puedo dejar de pensar sobre este tipo de cosas y únicamente deseo desde lo más profundo qué sea solo cuestión de tiempo para que deje de dolerme, que la memoria deje de torturarme por algo que prometía ser y no fue.
Gracias por leer.